Venecia me había sido indiferente. La visité por primera vez a mis 17 años y, aunque la ciudad flotante me pareció hermosa, no dejó en mí una marca profunda. Pero esta vez, cuando volví ya adulta, Venecia se sembró en mi alma para siempre
Venecia: la diosa de la laguna – Imagen superior de klaus_schrodt en Pixabay
No fue solo la belleza de sus canales, ni el misterio de sus callejuelas. Algo más profundo me llamó.
La revelación llegó en un sueño
Estaba de viaje con las mujeres de mi familia, todas ellas significativas en mi vida, cuando en medio de la noche una visión me sacudió. Los psicoanalistas sabemos que los sueños son la puerta al inconsciente, un lenguaje simbólico que nos entrega mensajes velados. Pero esto no era un sueño común.

En la escena, un grupo de elefantas se sumergía en el agua que inundaba el patio trasero de la casa de mi abuela. Había que enseñarles a flotar. La estrategia era sencilla y hasta gozosa: impulsarlas suavemente hacia atrás, permitiendo que sus cuerpos emergieran sobre la superficie, con el pecho y la cabeza erguidos.
Mientras las mujeres de mi familia ayudaban, algo extraordinario ocurrió. De pronto, una de las elefantas dejó ver en su pecho a una figura majestuosa: una Diosa.

Era hermosa, mística, etérea. Me miraba con intensidad y serenidad. Me enseñaba quién era y, al mismo tiempo, me hacía comprender que solo yo podía verla.
Desperté con una certeza inquebrantable. No era un sueño ordinario. No podía reducirse a mi simbología personal o a mi conocimiento del inconsciente. Había algo más. Un llamado y una revelación por develar.
Así que investigué. Y las respuestas no tardaron en llegar.
La Diosa que emergió de mi sueño es la Diosa de la Laguna de Venecia. Su nombre no es conocido para muchos, pero su esencia resuena en la memoria de las aguas ancestrales
Ya no estamos hablando únicamente de arquetipos del inconsciente colectivo, como diría Jung. Estamos en tiempos en los que comprendemos que nuestra alma es una viajera inmortal entre universos. Estamos accediendo a dimensiones de conocimiento que antes se ignoraban.
Los chamanes, druidas, budistas, egipcios, japoneses y todas las antiguas tradiciones lo han sabido desde siempre: la Tierra está viva. Su energía nos sostiene y nos habla.

Venecia, como ciudad construida sobre el agua, tiene una vibración particular. El agua es memoria, es fluidez, es transformación. Y la Diosa de la Laguna es su espíritu. Es el principio creador que nutre. Su cuerpo –el agua– refleja la capacidad de adaptarse, purificarse y renacer.
Pero en mi sueño, la Diosa no solo se mostraba. También pedía ayuda. Podía intuir que la Diosa estaba herida.

Cuando medité sobre su mensaje, mi visión interna me reveló algo inquietante: una bestia acuática emergía desde las profundidades. Era oscura, densa, con un cuerpo reptiliano que evocaba un dragón. Algo se había corrompido en la energía de la Laguna de Venecia.
Horas después, mientras exploraba la ciudad, encontré la respuesta.
En la Plaza de San Marcos, la escultura de San Teodoro me detuvo en seco. Allí estaba el mismo ser que había visto en mi visión: la bestia yacía bajo el pie del santo, aniquilada.

Comprendí entonces la otra cara de la Diosa de la Laguna. Su espíritu había sido sometido. Su energía, oscurecida. La bestia representaba la sombra impuesta por la supremacía de las instituciones patriarcales, por siglos de dominio sobre el sagrado femenino.
La Laguna de Venecia había sido convertida en bestia. La Diosa había sido silenciada y el equilibrio en estos rincones de nuestra Tierra se había perdido.
Reconocer lo que le hacemos a la Tierra y a lo femenino es reconocernos a nosotros mismos. Nos hemos desbalanceado, dominando y sofocando fuerzas que deberían danzar en armonía.
Pero hay esperanza.
Venecia es un símbolo vivo de que el equilibrio puede restaurarse. La clave está en unir las dos fuerzas que habitan en la ciudad: la Diosa de la Laguna y el León Alado de San Marcos. Lo femenino y lo masculino; lo lunar y lo solar; lo intuitivo y lo racional.

La Diosa me llamó en un sueño, pero su mensaje es para todos. Es un llamado a recordar, a sanar, a despertar.
Venecia no es solo una ciudad sobre el agua. Es un portal.
Y la Diosa aguarda.
¿Irás a reconocerla? ¿a honrarla? Regálale flores, estará encantada.

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