El peso en la balanza ha sido durante mucho tiempo el único indicador de salud que la mayoría de nosotros considerábamos. Sin embargo, esta cifra puede ser engañosa y no reflejar con precisión tu composición corporal real, es decir, la proporción de músculo, grasa y hueso en tu organismo. La doctora Livia Machado, pediatra y especialista en nutrición clínica y deportiva, te ayuda a entender por qué el peso solo no cuenta toda la historia.

Es crucial entender que un kilo de músculo no ocupa el mismo volumen que un kilo de grasa, aunque pesen igual. Esto significa que dos personas con el mismo peso pueden tener composiciones corporales muy diferentes y, por ende, distintos riesgos para la salud. Abandonar la obsesión por la balanza y enfocarse en una evaluación más integral es el camino para un bienestar duradero, tanto para ti como para tus hijos.

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Por qué el peso no lo es todo

El peso es una variable fácil de medir y útil para estudios a nivel poblacional, pero su valor disminuye cuando se trata de tu salud individual. La doctora Machado explica que el peso es una medida de dimensión corporal, no de composición corporal. Esto significa que:

  • Puedes tener un peso «normal» y alta adiposidad: Una persona de talla baja o promedio podría tener una cantidad significativa de grasa corporal sin ser considerada obesa por el peso.
  • El músculo pesa más que la grasa: Si haces ejercicio y ganas masa muscular, tu peso en la balanza podría aumentar, pero tu composición corporal sería más saludable.
  • La sarcopenia afecta a adultos mayores: La pérdida de masa muscular y mineralización ósea en la tercera edad puede llevar a una disminución de peso que no es indicativa de salud.
  • Contextura ósea: Personas con estructuras óseas más grandes pueden pesar más sin tener un exceso de grasa.

Es fundamental ir más allá del número en la báscula, ya que llegar a un diagnóstico de obesidad basado solo en el peso puede ser «llegar tarde», pues para ese momento ya existe una alta adiposidad, y quizás infiltración grasa en órganos.

Indicadores clave para una evaluación integral

Para obtener una visión precisa de tu salud corporal, la evaluación debe ir más allá del peso. Es esencial que tu médico realice una evaluación nutricional completa que incluya:

  • Índice de masa corporal (IMC): Aunque tiene limitaciones, es un buen punto de partida. Un IMC por encima del percentil 90 (en niños) o 75 (en adultos) indica alto riesgo de adiposidad.
  • Medición de circunferencias: Especialmente la circunferencia de cintura, que es crucial en la población latinoamericana debido al alto riesgo de grasa central y el consecuente síndrome cardiometabólico.
  • Evaluación de actividad física y hábitos alimentarios: Una persona con peso adecuado pero sedentaria y con mala alimentación tiene alto riesgo de adiposidad. No es necesario esperar a la obesidad para intervenir.

Incluso puedes tener problemas cardiometabólicos (hipertensión, dislipidemia) sin estar en rangos de obesidad, o ser «delgado» pero con mucha masa grasa, lo que te pone en riesgo. La detección temprana es vital, especialmente en niños, para evitar que órganos en desarrollo se formen incorrectamente.

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Detección temprana en niños y hábitos saludables

La salud metabólica en la infancia es cada vez más preocupante. Si un niño tiene antecedentes familiares de enfermedad cardiovascular (padres con diagnósticos antes de los 55 años en madres o 60 años en padres), se recomienda realizar un cribado de lípidos en sangre a partir de los tres años de edad. Si hay antecedentes de dislipidemias familiares, la evaluación debería hacerse incluso desde el nacimiento.

El aumento de dislipidemias en niños se debe principalmente al sedentarismo, el excesivo tiempo de pantalla, los trastornos del sueño y, sobre todo, el consumo desmedido de alimentos ultraprocesados. Como bien se dice, «la salud está del lado de la incomodidad»: moverse, cocinar en casa y establecer horarios de sueño regulares son hábitos que, aunque incómodos al principio, te regalarán una salud duradera.